Lluéveme,
hoy te quiero
en cada poro de mi piel,
que desde que no me atormentas
no se ve el sol,
ni las cervezas saben a miel
porque ya no llevan
tu saliva.
Reconstrúyeme,
que te dejaste a medias
los senderos que trazabas
en mi espalda,
esos que dolían
(a zarpazos y dentelladas),
mientras yo
te dolía más por dentro.
Destrúyeme,
que hoy me apetece ser polvo
o no ser;
la existencia se hizo pesada
y las horas anchas,
sólo me queda tiempo que perder,
un poco de poesía
y una chusta mal apurada.
Lluéveme,
eres la tormenta perfecta.
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